martes, 3 de agosto de 2010

9º día. Kizkalesi (Turquía)

30 de julio. La magia de un pueblo sin magia con un castillo en el mar




Ver Kizkalesi en un mapa más grande

Para ver el recorrdo completo, pinchar aquí


A primera hora de la mañana el sol ya calentaba de lo lindo, por lo que me bajé a desayunar al jardín del hotel.

Allí estaba el dueño, simpático como siempre, con su camiseta blanca, como siempre. Cuando le comenté el calor que hacía, me miró y me dijo, si quieres un consejo my friend, lo mejor que puedes hacer hoy es quedarte en la habitación. Jajajaja !!que soy un turista y los turistas venimos a tostarnos como los cangrejos en la playa!!! le contesté. Además, hay que ver el castillo que está en el mar y por el que es conocido Kizkalesi. Me miró con la cara del que tiene ante si un insensato que se empecina en cagarla y se sonrió.


Le pregunté por las sombrillas y las tumbonas de la playa, pues el día anterior había visto que algunas de ellas llevaban el nombre del hotel. Son del Ayuntamiento, me dijo, pero diciéndole al encargado de cobrar que era cliente suyo, en lugar de 7,5 TRY pagaría algo menos. Acto seguido añadió, muy bien, eso sí, eso está mejor, baño y sombra, baño y sombra ¿Ok?. Ok le contesté. Salía ya por la puerta cuando siguió diciendo, peeeerooooo, ten mucho cuidado y llévate solo la camiseta y las chanclas, hay mucho chorizo. Me dejó de piedra, siendo probablmente el único guiri en la playa, sería un objetivo apetecible para los amigos de lo ajeno. Aquello me hizo pensar que la opción más segura sería ir en pelota picada, estaba claro que de ese modo no me robaban nada, aunque igual acababa detenido por escándalo público.

Me acerqué al encargado las tumbonas y le pedí una. Ok, 10 TRY, me soltó el sujeto. ¿sería capullo el tío??. Le dije que mi no comprende, mi guiri tonto cliente hotel Yaka ¿Ok?. Aaahhh, entonces 7,5. Vaya con el tipo, éste había hecho un master de negocios en algún sitio. Puse cara de indignación y en perfecto castellano a la vez que le enseño los cinco dedos de una mano le dije: te doy cinco y que te den pomada chatín ¿Ok?. El sujeto puso cara de estar haciendo complejísimos cálculos y por la seriedad de su rostro deduje que estaba calculando como afectaría todo aquello a la inflación turca. Al final, me miró y me dijo seriamente,ok, si es sólo para uno, ok. Joder, aquello ya me puso en la duda, miré a mi alrededor pues a lo mejor llevaba nueve días de viaje con alguien y no me había enterado todavía.
Y después de esta charleta, finalmente allí estaba yo, tumbado como un perfecto guiri con unas vistas panorámicas a un infinito catálogo de sombrilla y tumbonas.



Por la tarde me fui a buscar una peluquería. No es que tuviera el pelo muy largo, pero con el calorazo que estaba pasando los días que tocaba viaje, decidí que cuanto más corto, mejor. Cerca del hotel localicé una y después de esperar 20 minutos llegó mi turno. Le explico que lo quiero a maquinilla y muy muy muy cortito. De acuerdo, pero no tengo maquinilla, me contesta, me traen una en diez minutos. ¿¿??¿Una peluquería sin maquinilla eléctrica?, será que aquí no es muy habitual pensé. A los 10 minutos, ya estaba enchufando la maquinilla. Bien, me siento y manos a la obra. !Coño, se va la luz! ¿era aquello alguna señal del destino?. Vale, están arreglando la luz, vuelve por favor en 30 minutos, me dice.

Obediente, me fui a dar una vuelta para hacer tiempo y poco a poco me iba dando cuenta de que aquel pueblo perdido en el mapa estaba cambiando para mi. Tal vez fuera su paseo junto a la playa lleno de chiringuitos de comida de todo tipo: helados, frutos secos, dulces, algodón de azúcar, mazorcas de maiz cocidas o tostadas en pequeños braseros, kebabs.... Diossssss, yo quería probar todo aquello.
O su playa llena de tumbonas y sombrillas perfectamente alineadas en la que niñas veinteañeras se bañaban con bikinis minúsculos junto a chicas de su misma edad tapadas de arriba abajo sin dejar a la vista ni un milímetro de piel. Quizá fueran las hordas de pollitos veinteañeros, cócteles de hormonas con patas, clones repetidos hasta el infinito de pieles morenas, pelos engominados de mil formas, gafas a la moda y cortos vaqueros ajustados que pululaban por allá. O tal vez por la imagen de aquellas mujeres campesinas vendiendo su comida viendo pasar féminas listas para entrar directamente a cualquier discoteca.
Quien sabe si su paseo que con la llegada de la noche se convertía en hervidero de gente donde familias con niños pasaban delante de pubs con música a volumen de rotura timpánica adosados a bares en los que el Serrat turco del lugar intentaba satisfacer a su público guitarra en mano.

Sería por esa mezcla explosiva de todo lo que se puede encontrar en Turquía que me estaba enamorando de un pueblo perdido en el mapa. Que suerte haber venido a parar aquí.

Finalmente volví y me corté el pelo.



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